Te
ríes como si un bombazo en el corazón lanzara regalando toda tu impostura y en
una hilera de dientes y labios, se
estira tu cara hasta tocar el cenit de esta tarde junto a las magnolias
solitarias que recuerdan tu rostro difuso entre la confusión turbada de la
mente.
Hoy
no te he visto, sin embargo me paseo por tu casa de muros de cemento
impenetrable. Como un fisgón sin suerte paso raudo mirando con el rabillo del
ojo mientras el susto de encontrarte me come las ideas. No estás aún.
Pareces
un árbol, si no con tus chapes una india esperando el próximo atardecer, un
árbol frondoso, una patagua, un sauce crespo, una enredadera desordenada
jugando con el aire escaso de los montes. El musgo que crece apretado
saboreando la humedad del pantano.
Hueles
como presagio. De esos olores que
anuncian un incendio…, que las fieras andan cerca, que el agua de mar es
salada.
Eres
un remolino de verano que levanta el polvo haciendo que tu baile nos haga entrecerrar los ojos para que no se
cubran de tu tierra tuya, de tu tierra hembra. Bailas como una loca parada en
el pico de una montaña, al borde del vacío, no sabiendo lo que te aguarda en el
próximo paso. No sabiendo si el mar, la urbe o el cielo.
¿Quién
eres? Pregunto el moribundo.
Soy
la redención de tus males. Contesto la Parca.
-¡Ha
que has venido! Es tan temprano… dijo el moribundo en su agonía.
-¡Ya
es la hora, desgraciado! Debes acompañarme a la ciudad dormida. Allí las luces
son tan oscuras que no herirán tus ojos. Debes estar preparado para el desamor.
Sé que duele mucho. Es como una cuerda que se corta antes de cantar… ¡Lloras!
No sabes lo que lloras. Lloras por la muerte que te viene a salvar de la cruel
vida. Mírate, ¡Ya no quieres vivir!
Quedó vuelto cadáver
mientras la bailarina usaba su pecho de ballena varada para ensayar sus pasos interminables en su
vuelta al mundo.
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